Mil maneras de extrañarte

O mil maneras de decirte adiós, depende de la perspectiva.

 

Nicolás tenía el poder, el poder de destruirme al conocer mis sueños y anhelos. Creo que cuando te enamoras te vuelves vulnerable y de alguna manera le cedes a tu compañero el poder sobre ti: “Confió en ti y te doy las armas para destruirme, pero confío plenamente en que no lo harás porque me amas tanto como yo te amo a ti.”

 

Y así fue, a pesar de saber que nuestras visiones al futuro no hacían match siempre había alguna forma retorcida que nos hacía pensar que podíamos, que había alguna manera de intentarlo, incluso si eso implicaba regresar a nuestros status de nunca pensar en el futuro y que renunciara a mi trabajo por 03 meses de visa en Motherland, un completo disparate que nos separó finalmente un día antes de la explosión de la cuarentena en Lima.

 

Dejamos de hablar algunas semanas y volvíamos siempre a escribirnos, y nos amábamos y nos detestábamos, hasta que supimos sobre que las leyes de Mendel nos pondrían a prueba. Y sé que te asustaste, que entraste en pánico que me acusaste, y que yo era responsable, pero también me enviaste flores, corazones y todos los colores. Mandaste a preparar el banquete de comida especial y me llamabas cada noche mía cuando despertabas y te adoraba todavía entonces a pesar de lo que dijiste.

 

Te amaba tanto que cuando me lastimabas intentaba entenderte. Te amo tanto que aun ahora intento comprenderte.

 

Y así la vida y las misteriosas formas del amor nos hacían cuestionarnos si el destino era el que estaba detrás para unirnos o destruirnos con sus argumentos.

 

Finalmente no hubieron sentimientos ni emociones o razones suficiente para que compraras la idea de un futuro conmigo, la promesa de felicidad a largo plazo no te hacía cosquillas, formar tu propia familia conmigo era una idea alocada en la que yo no cumplía tus parámetros tradicionales y eso era más importante, una excusa suficiente para escupir dardos directos a mi corazón, y yo incapaz de defenderme y defendernos los recibí creyendo que podría con todo, la realidad fue más fuerte y nos ha golpeado en la cara.

 

El último día que llamaste, y me viste ingresada en el hospital supongo que fue solo una evocación a ese final de novelas que sabemos de memoria, y como dijiste era el momento para decirnos adiós para siempre y me bloqueaste, me quede sin la oportunidad de decirte tantas cosas que pasaban por mi cabeza, la rabia que tenía por  dejarte el haberme lastimado con tus palabras, los planes que tu dibujaste y que te compré, las ilusiones, los sueños, las metas en común, el tiempo que pasamos juntos, los problemas que superamos, nuestras aventuras, nuestras risas, nuestras tardes del malecón, nada importaba ahora, sólo te bloqueo y ya. Fin del asunto, quizás en otra vida seamos más felices y que siempre le estarás agradecido al destino por nuestro encuentro…

 

¿Era ese el sonido de la camilla por los pasillos de la clínica o era mi corazón rompiéndose a pedazos?

 

Y así, han pasado exactamente dos meses, desde ese adiós, y así no ha habido un día en el que no haya dejado de llorar, ya ni puedo diferenciar si el dolor es por los momentos felices o por las palabras que me destruyeron, pero ambos duelen con la misma intensidad con la que te he amado-amo todavía si necesito ser honesta.

 

Quizás no tenga otra oportunidad en el futuro para decir lo que me lleva a escribir(te) en este momento, pero ha llegado el miedo mayor: el de perderte y creo que te he perdido por mi propio bien, aunque eso implique el dolor desgarrador en el pecho y las lágrimas al por mayor diariamente en cada rincón de la casa que me recuerda a ti, porque estas presente en cada sitio al que voy, porque no puedo salir de la ciudad y estoy atrapada en una metrópoli llena de recuerdos de momentos en los que fuimos tan felices.

 

Sin embargo,

 

Deseo que seas feliz, que el universo lleve a tu vida todo ese amor que te falta y a mí me sobra. Que te ilumine y te llene de sabiduría, que no hagas nada que te haga daño, no te auto-destruyas por favor, que, si estamos destinados a ser y estar, lo estaremos quizás en un futuro cercano cuando coincidamos y seamos más sabios, más llenos, más felices y con mayores cicatrices, pero sanos y estemos dispuestos a amar una vez más.

 

Te amo y me amo.

 

Ana.





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